El valor de las palabras
Parece mentira, todo lo que pueden llegar a hacer. Cómo acunan o cómo golpean. Cómo hieren o cómo acarician y sanan. Sinceras o falsas, pensadas o espontáneas… son uno de nuestros mayores tesoros. Las decimos, las escribimos, las leemos y compartimos. Aprendemos con las palabras prestadas de otros, y quizás también nosotros llegamos a decir algo que merezca la pena… para alguien. Hablamos, y en el hablar y en la escucha, a veces, nos encontramos… Jesús es Palabra de Dios. Palabra auténtica, de amor y pasión por nosotros. ¿Y yo? ¿Qué palabra soy?
Hay palabras que es mejor no decir. Porque no hacen falta. Porque juzgan sin intentar comprender. Porque son falsas. Palabras de maledicencia o de crítica injusta, de chismorreo y de condena. Palabras innecesarias, o cháchara para llenar silencios que asustan. Palabras de burla que ignoran el dolor del débil. Palabras que apuñalan por la espalda. Es mejor callar aquello en lo que sabemos que no estamos siendo honestos, o aquello que no diríamos en persona. Aquello que levanta muros y genera desconfianzas y fracturas. Es mejor callar lo que envenena los sueños y marchita las vidas.
Para bendecir. Para hablar bien de tantas historias, tantas personas, tantas circunstancias que hay que afirmar. Mejor hablar con palabras sinceras. Para reconocer y elogiar lo bueno. Para criticar lo que pueda mejorarse, pero desde una actitud de concordia. Mejor hablar desde el cariño y la ternura. Aprender a reconocer tanto bueno como hay en torno. Mejor hablar cara a cara, encontrándonos y descubriéndonos siempre personas, en la debilidad pero en la humanidad. Mejor hablar con palabras que tienden puentes, estrechan distancias y entrelazan vidas. Mejor hablar con amor.
pastoralsj
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